“La relación entre cultura y comunicación es paradójica y
a menudo incomprendida en nuestra sociedad contemporánea. No hay cultura
socialmente existente que no tenga, unido a ella, un plan de difusión y, por
tanto, una comunicación constante ante determinados sectores sociales, por
pequeños que estos sean. Así, también es difícil pensar una comunicación que no
tenga aspectos creativos y deje de transmitir valores de cultura, de
identidad”.
Algunos autores han
reflexionado sobre ese tema desde hace años y mantienen que la relación entre ambos procesos es
estructural: una no marcha ni se explica, sin la otra; si la cultura es un hecho social no hay
cultura más que manifestada, transmitida y vivida por el individuo”, pero esta
dependencia mutua se ha intensificado en el seno de las industrias culturales,
pese a sus dinámicas sectoriales diversas, es una expansión llena de sinergias,
pues la difusión de los espectáculos, las artes plásticas e incluso los museos,
depende casi completamente, de los medios de comunicación. Sin embargo, la
ambigüedad en el vínculo entre ambos términos, ha servido de palanca muchas
veces para ignorar esas relaciones, especialmente cuando los intereses
políticos o económicos insisten en una total
separación y aislamiento.
Lentamente en el
terreno de la investigación y el trabajo académico las cosas han comenzado a
cambiar y determinando el verdadero rol que le corresponde a cada proceso, pero
las políticas que recortan y regulan los campos continúan sustentando viejas
concepciones excluyentes entre cultura y masas, y nuevas concepciones que
reducen completamente a la comunicación solo a transmisión de información.
La relación sigue así atrapada entre una
propuesta puramente contenidista de la cultura, tema para los medios, y otra
difusionista de la comunicación como mero instrumento de propagación cultural.
La superación del didactismo, del folklorismo y el patrimonialismo en que se
ven inmersas la mayor parte de las políticas culturales en nuestros países pasa,
por la capacidad de asumir la heterogeneidad de la producción simbólica y
responder a las nuevas demandas culturales enfrentando sin fatalismos las
lógicas de la industria cultural.
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